Ayer, durante varias horas, un apagón inesperado dejó a miles de personas sin suministro eléctrico. Más allá del evidente impacto técnico, económico y logístico, este tipo de eventos nos recuerda algo que a menudo pasamos por alto: el efecto que puede tener en nuestras emociones.
Cuando todo se apaga, también se encienden ciertas emociones. Incertidumbre, ansiedad, miedo, frustración… son reacciones completamente normales. Algunas personas quedaron sin acceso a la información, otras tuvieron que interrumpir su jornada laboral, sus clases, sus rutinas. Las familias con niños pequeñas, personas mayores o dependientes vivieron momentos de estrés añadido. Sin olvidar a los cientos de personas que se quedaron atrapadas en los trenes, ascensores, etc.
Los más jóvenes, acostumbrados a una vida completamente digital, se enfrentaron a la desconexión obligada. Muchas personas revivieron experiencias del pasado reciente que creían superadas. Y otras simplemente sintieron un vacío, una sensación de estar suspendidas en el tiempo. Algunas personas, movidas por la incertidumbre, salieron corriendo a comprar agua, carbón, velas… todo para prepararse para lo peor. Y eso que para muchas zonas de España el apagón duró unas pocas horas.
En momentos como estos, emerge con fuerza una necesidad profunda: la de sentirnos seguras, conectadas y sostenidas. El apagón físico también nos muestra nuestros apagones emocionales. ¿Cuántas veces vivimos con poca batería emocional sin darnos cuenta? ¿Cuántas veces vamos tirando sin reparar en que necesitamos parar, reconectar, recargar?
Este suceso puede ser una oportunidad para reflexionar sobre cómo gestionamos nuestra energía emocional. Sobre cómo reaccionamos ante lo imprevisto. Sobre cuánta luz necesitamos, por dentro y por fuera, para sentirnos bien.
Quizás sea buen momento para preguntarnos: ¿Cómo nos afecta la incertidumbre? ¿Qué estrategias tenemos para calmarnos en situaciones que no podemos controlar? ¿A qué personas acudimos cuando necesitamos apoyo? ¿Cómo respondemos ante la vulnerabilidad, la nuestra y la de los demás?
La gestión emocional en momentos de crisis no se improvisa. Se entrena día a día. Escuchándonos, validando lo que sentimos, acompañándonos con amabilidad. Y también siendo compasivas y compasivos con quienes nos rodean, porque cada persona vive los apagones –externos e internos– de forma distinta.
Más allá de las molestias prácticas, este episodio puede dejarnos aprendizajes valiosos:
- Que nuestra estabilidad emocional no puede depender únicamente de que todo funcione.
- Que aprender a sostener la incertidumbre es una habilidad emocional necesaria.
- Que estamos tan acostumbrados a la conexión externa que a veces olvidamos la importancia de la conexión interna.
- Que una interrupción puede ser una invitación al presente, al autocuidado, a lo esencial.
Ojalá este episodio nos sirva para hablar más sobre salud emocional, sobre cuidados, sobre comunidad. Porque cuando todo se apaga, lo que realmente nos alumbra es la forma en que nos tratamos unos a otros.
Y tú, ¿cómo viviste el apagón?



