Esta mañana yendo a trabajar, escuché una frase entre dos personas que me dejó pensando. En realidad solo escuché esa, pero me ha resonado y quiero compartirla. Una de ellas dijo:
“Cuando me quise dar cuenta, ya era tarde.”
Esa frase se me quedó dando vueltas en la cabeza. Me recordó a muchas otras veces en las que también he escuchado, o dicho en primera persona, cosas como:
- “Cuando me quise dar cuenta, ya estaba agotado.”
- “Cuando me quise dar cuenta, había dejado de cuidarme.”
- “Cuando me quise dar cuenta, ya no era feliz con lo que hacía.”
Y es que esa frase esconde algo muy humano: a veces sabemos cosas, pero no queremos darnos cuenta.
Sabemos… pero no lo queremos ver
Sabemos que una relación no va bien.
Sabemos que estamos demasiado tiempo en piloto automático.
Sabemos que necesitamos parar. Cambiar. Decidir. Pero seguimos.
Porque mirar de frente da miedo. Porque “darse cuenta” implica hacerse cargo. Y eso, a veces, cuesta. A veces, duele.
Entonces seguimos un día más. Y otro. Y otro. Hasta que un día, cuando por fin nos queremos dar cuenta, resulta que ya estamos metidos hasta el cuello en una rutina que no elegimos, en una vida que no sentimos como nuestra, o en una situación que ya nos ha pasado factura.
Vivir en presencia no es solo respirar profundo y hacer yoga (aunque ayuda). Estar presente es, sobre todo, estar disponibles para nuestra propia vida. Significa estar despiertos a lo que sentimos, lo que pensamos, lo que elegimos y lo que evitamos.
Estar presentes es preguntarnos, de vez en cuando:
- ¿Esto que estoy haciendo me acerca o me aleja de la vida que quiero?
- ¿Qué necesito de verdad?
- ¿Qué estoy dejando pasar sin querer mirar?
No se trata de vivir con obsesión ni de revisar cada decisión con lupa. Se trata de cultivar el hábito de mirar. De escucharnos. De no dejar pasar semanas enteras sin preguntarnos cómo estamos.
Muchas veces creemos que las decisiones importantes son solo las grandes: cambiar de trabajo, mudarse de piso o de ciudad. Pero en realidad, la vida se va decidiendo en lo pequeño.
- En cómo respondemos a una conversación incómoda.
- En si apagamos el despertador o nos damos cinco minutos más.
- En si decimos que sí, aunque por dentro sentimos un no.
- En si comemos por hambre o por ansiedad.
Las decisiones cotidianas, cuando se repiten, van tejiendo una dirección. Por eso es tan importante estar presentes también en el día a día. Porque es ahí donde se juega gran parte de nuestro bienestar.
No esperes a “quererte dar cuenta”
Este post no es una invitación al reproche, sino al despertar. Todos, en algún momento, hemos estado ahí: demasiado ocupados, demasiado distraídos o demasiado asustados para mirar lo que había que mirar.
Pero siempre estamos a tiempo de volver. Volver a nosotros. A nuestra verdad. A nuestra capacidad de decidir desde la presencia. No esperes a llegar al “cuando me quise dar cuenta”. Haz una pausa ahora. Respira. Escúchate. Pregúntate qué necesitas. Y aunque no lo cambies todo, aunque no tomes grandes decisiones, empezarás a vivir de otra forma: más presente, más en paz, más tú.
«La conciencia del ahora es el regalo más valioso que podemos hacernos para no arrepentirnos mañana.»
Alfredo Bastida Caro
Codirector de Coaching Camp. Coach Personal y Health Coach. Experto en Inteligencia Emocional y Programación Neurolingüística. Licenciado en Ciencias de la Actividad Física y Deporte.



